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Industrialismo o Comunalismo. Emilio López Arango

Publicada el 11/09/2025 - 11/09/2025 por grupoecoanarquista

Publicado en el periódico La Protesta, 01-05-1929.

Al estudiar las formas modernas del capitalismo hemos constatado la insuficiencia de los medios de lucha del movimiento revolucionario de los trabajadores y hemos confesado nuestras dudas y vacilaciones sobre el camino a seguir para obtener una relativa eficiencia del esfuerzo empleado. Por ejemplo, los trabajadores organizados hablan presentado sólo un débil frente de lucha únicamente en su calidad de productores y sólo contra el capitalismo industrial privado, utilizando la circunstancia de la libre concurrencia capitalista como un arma poderosa. En cambio se ha descuidado casi por completo el frente de lucha contra el capitalismo agrario, que pudo operar hasta aqui con la más entera libertad. De la resistencia contra el capitalismo financiero, que es hoy el capitalismo dirigente, bajo cuyas garras se ha tenido que plegar la industria, no hay que hablar: ni siquiera ha penetrado la idea de resistir a esa forma de capitalismo en las discusiones teóricas del proletariado. Tampoco se ha hecho nada o se dejó en manos del reformismo cooperativista, es decir, en manos de los mejores amigos del capitalismo, por la defensa desde el punto de vista del consumo, pues si el frente de los productores es importante, el de los consumidores no lo es menos…

Todo esto quiere decir que si la lucha contra el viejo orden de cosas debió haber abarcado un frente de 100, no se llevó a cabo más que en un restringido frente de 10. Y lo que es peor, ese mismo frente reducido es por decirlo así una posición perdida a causa de la nueva evolución capitalista que tiende a suprimir la libre concurrencia y el capitalismo privado.

Es muy fácil repetir viejos clichés Y cerrar los ojos ante las perspectivas que a nosotros nos inquietan y torturan. Y es un papel poco grato el de anunciadores de malos augurios. Sin embargo no hallamos otra salida y, fervientes amantes de la revolución anticapitalista y antiestatal, quisiéramos que se avanzase un poco más en lugar de constatar continuos retrocesos y una perenne incomprensión de los grandes problemas cuya solución es imperiosa e ineludible.

Es triste y desalienta el hecho de que en los últimos diez o quince años, en el movimiento anarquista Internacional, hayamos sido sólo un par de ellos, desde este diario, los que nos hemos atrevido a poner en duda la santidad de la evolución industrialista del capitalismo, esbozando como forma humana y bella la economía agrícola e Industrial comunalista. Casi todo el movimiento revolucionario, desde el anarquismo a la socialdemocracia, se ha adaptado a las formas económicas capitalistas, y si en nuestro ambiente libertario se mantiene la abstención frente al Estado y no se aspira a su conquista sino a su destrucción, en el terreno económico los anarquistas se hallan integrados en el aparato capitalista y, lo mismo que los socialdemócratas, los comunistas y los sindicalistas, no quieren su destrucción, sino su conquista.

Ahora bien, nosotros decimos que el aparato económico del capitalismo en nuestras manos sería tan funesto como lo sería el Estado si en lugar de los gobernantes burgueses, socialistas o comunistas estuviésemos nosotros en los puestos de comando. Del capitalismo no queremos ni su aparato de dominación política ni su aparato de esclavización económica y de embrutecimiento espiritual. Queremos algo superior: en lo político la libre Iniciativa y la libre asociación de los individuos y de los grupos: en lo económico una simplificación comunal o una transformación del industrialismo en comunalismo.

La industria por una parte y la gran ciudad por otra han deshecho el espíritu de comunidad y la comunidad misma. Lo mismo que el individuo es en el aparato gigante de una industria una cifra que no cuenta para nada o apenas perceptible, en la gran ciudad, el hombre o el grupo familiar no representan un miembro psicológica y moralmente ligado al conjunto. En la gran ciudad el individuo está más solo que en el desierto porque los lazos de la comunidad se han roto y la insolidaridad es una de las leyes de la vida, insolidaridad entre clase y clase, entre una categoría de trabajadores y otra, entre hombres y mujeres, entre los nacidos a este lado y los nacidos al otro lado de tal o cual frontera…

No se puede restaurar el sentimiento comunidad y de fraternidad por donde se debe terminar, es decir por el Internacionalismo. No puede haber internacionalismo donde no hay como base y cimiento un espíritu de comunidad local y regional. Por eso se constata, y no somos los primeros en hacerlo, que si hoy existe un internacionalismo efectivo está entre los capitalistas que tienen sucursales e Intereses en todos los países. Pero naturalmente no es ese el internacionalismo a que nosotros espiramos. En el mundo proletario revolucionario la Internacional está en las resoluciones de los Congresos, en las bellas palabras, en las aspiraciones de las minorías, a lo sumo, pero no en los hechos, no en la vida cotidiana. Y es que el internacionalismo presupone sentimientos que nacen de la comunidad local, que tienen allí sus raíces. El capitalismo ofrece en la vida local ausencia de espíritu de comunidad, una lucha de todos contra todos, un aislamiento del Individuo en el aparato inmenso de la industria en que trabaja y un aislamiento no menor en el bosque sin fin de la gran ciudad donde la fraternidad es beneficencia, donde la comunidad es subordinación al poder político, donde la solidaridad no se conoce ni puede verificarse porque todo conspira contra ella.

El trabajo alegre no se conquistará más que con la destrucción de la industria, de esa estructura que desplaza al hombre del centro de la producción, como la economía capitalista en general lo desplaza del centro del consumo. Y sin el trabajo alegre, atractivo, no hay solución al gran problema social que es en primer lugar un problema de organización del trabajo y de la distribución de las riquezas sociales.

El argumento único que se nos opone en favor de la actual economía capitalista es que lleva al máximo la capacidad productiva y el rendimiento. En nuestro régimen de comunas agrícolas e industriales habría menos capacidad de producción, más gasto de fuerzas humanas. Tal es la opinión de los economistas.

Sin embargo, si la industria capitalista es capaz de producir más de lo que es susceptible de producir nuestro ideal de comuna, en cambio, consume infinitamente más la vitalidad humana y es un continuo matadero de hombres, de los que trabajan por el desgaste físico, de los que no trabajan por la miseria. El obrero de las grandes fábricas es un anciano en la plenitud de sus años y está acabado cuando debiera disfrutar del máximo de sus energías y su capacidad.

La industria capitalista no puede hoy suprimir los ejércitos de desocupados ni abolir la miseria de las grandes masas; en nuestras manos podría quizás poner fin a la miseria, podría dar a todos trabajo y pan, pero no dejaría por eso de ser un aparato consumidor de hombres, en donde el trabajo continuaría siendo una carga y no un placer.

El ideal revolucionario no consiste en la supresión del esfuerzo, sino en crear el bienestar para todos; y el trabajo libre es tanto una fuente de placer como una fuente de riqueza social.

La técnica moderna nos permitirla reducir en la comuna a voluntad el empleo de energías humanas; las máquinas estarían al servicio del hombre y de la comunidad; la producción tendría un fin: el consumo, la satisfacción de las necesidades del hombre. Hoy la producción, controlada por el capitalismo, no tiene más que un objetivo: la especulación, la ganancia, y sólo secundariamente satisface las necesidades de quienes pueden adquirirla. No nos cansaremos nunca de insistir sobre este tema, contra el fatalismo de los que creen que la evolución económica capitalista ha ido siempre por los mejores caminos y que no es superable por ninguna revolución. El capitalismo a evolucionado según las leyes directivas de su aspiración central: multiplicar sus ganancias, asegurar su predominio. La vida humana y el desarrollo de las múltiples facultades del hombre le interesaron sólo en la medida que eran indispensables para sus fines, no más. Ahora bien, nosotros queremos un régimen económico y social en donde el hombre, y no la especulación capitalista, sea el centro de todo. La industria no nos ofrece la garantía de la realización futura de esa aspiración: la comuna sí. La industria es una formación capitalista antisocial: la comuna es la vuelta a la comunidad.

Por otra parte, así como el complicado mecanismo industrialista requiere un aparato de dirección y de administración que tendrá en realidad intolerables atribuciones políticas, la comuna, cuyo conjunto es abarcado por el Individuo, no exige ninguna autoridad política ni administrativa. Es un conglomerado en el cual el hombre libre puede conservar su libertad y rechazar la obediencia tanto como la dominación. En la industria, si se suprime, lo que no es seguro, a la tiranía de los políticos habrá que reconocer la de los técnicos, pues mientras el hombre esté subordinado al aparato de producción y no al revés, la autoridad no habrá desaparecido por completo.

Para el marxismo, en el seno de la sociedad capitalista se gestan la condiciones y las formas de la nueva sociedad socialista, lo que equivale a decir que la misión del movimiento revolucionarlo consiste en seguir como una sombra al cuerpo la evolución del capitalismo y esperar a que madure la nueva sociedad en el seno de la vieja. Y esa concepción ha penetrado hondamente en todas las corrientes del movimiento proletario y hasta en el propio movimiento anarquista. Sin embargo nosotros sostenemos que el proceso de transformación social no es ningún acontecimiento fatalista y que del seno de la sociedad capitalista no pueden nacer más que nuevas formas de explotación y de dominación del trabajo de las grandes masas. De ahí nuestro afán por crear una mentalidad anticapitalista y un régimen de vida fuera del capitalismo, en contraposición a la adaptación al capitalismo o a su transformación desde dentro que recomiendan abiertamente los reformistas sindicales.

Publicado en ANARQUISMO

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